lunes, 2 de diciembre de 2013

Greenpace. El matadero de cerdos.



El matadero de cerdos que está cerca de mi casa lo quieren demoler. Es una pena pero así es. Greenpace ha ganado su lucha y ahora no habrá carne por estas zonas, o por lo menos carne fresca no. Así que he decidido escribir un artículo sobre el tema, mismo que publicarán dos periódicos locales y una revista de tiraje nacional. No busco nada, pero creo necesario que exista un equilibrio justo. Ay, la justicia... Sobrevalorada palabra. ¿Quién determina qué es justo? ¿Un tribunal?, y de ser así, ¿cuál? ¿Leyes humanas?, ¿estamos de broma? ¿Dios? ¿Las sociedades? ¿Normas cívicas? ¿Mi madre?, ¿la tuya?

En fin. Empecé por documentarme sobre temas relacionados con la carne a nivel biológico y cómo es, en su justa medida, necesario para el desarrollo del humano. Luego visité a un nutriólogo que insitía en que el humano necesita carne para vivir. "La NECESITA", me decía acentuando la palabra como si fuera una verdad absoluta. También consulté a un nutriólogo naturista, que en realidad estaba especializado en la comida macrobiótica y que tenía buenos fundamentos para casi convencerme de que dejara la carne y que me centrara en la espiritualidad, que no llenara mi cuerpo de basura, de residuos. De verdad que estuvo a punto de convencerme, si no es porque un día, tras cuatro sesiones con él, pude verle las costuras cuando me habló de la alineación de los planetas y que el no sé qué estaba en la casa de no de dónde o quién. Cosa rara que interpreté como charlatanería. Tras recolectar esta información, empecé a realizar encuestas a mis amigos, familia y gente cercana. Entonces fue cunado me puse con ello en el ordenador, a pasar en limpio los apuntes y una vez que los tuve, fui al matadero para ver cómo estaba el tema ahí, donde perderían sus empleos doce personas en el transcurso del mes.

Al llegar, con la cámara y una mochila en la que llevaba varias cosas, ya me esperaba en la puerta un hombre que tenía cara de buena persona. Me alegré. Nos saludamos y me dijo que esperaba la visita, que le habían informado que estaba con ellos y que les ayudaría a combatir a los de Greenpace. Yo no contesté y me puse con las fotografías. Todos estaban contentos conmigo, me veían algo así como a un salvador y por más que les insistí que solamente era un reportaje informativo el que estaba realizando, ellos no perdían la esperanza de que por mi artículo, no demolerían el matadero y como consecuencia, conservarían su trabajo.

La sangre era una barbaridad. Pensé por un momento en que era buena idea demoler aquello. El chillido de los cerdos era lo que más me costó asimilar; el olor como sea, pero aquel sufrimiento que emitían justo cuando les clavaban el cuchillo en el cuello, es hasta hoy uno de los sonidos más desagradables y desgarradores que he llegado a escuchar. Esto me hizo reflexionar sobre la carne y su asquerosa procedencia, tema del que ni el especialista en macrobiótica pudo ejercer tanto convencimiento sobre mí y mi manera de alimentar mi cuerpo.

Cuando hube terminado con las fotografías, les hice algunas preguntas sobre las instalaciones, fechas de apertura, número de cerdos muertos, kilos de carne vendida..., temas que me ofrecieran una visión más amplia sobre la economía y lo que producía el matadero. Luego me despedí de aquella gente: gente curiosa: asesinos todos. Antes de salir me regalaron carne.

Cuando estuve en mi piso, llamé a una amiga y le dije que se pasara a comer. Comimos carne, yo comí poca.

El artículo empezó a perder peso con los días. Me dí cuenta de que los de Greenpace quizá algo de razón tenían, ya que alegaban que era una bestialidad lo que en el matadero sucedía, y la verdad, para ser sincero, tenían toda la razón, el problema era que muchas personas se verían afectadas por esta demolición y yo no estaba convencido de que fuera justo.

Concreté una cita con un representante del caso que estaba del bando de Greenpace. Era un chico más joven que yo, le calculé veintiocho años o veintinueve, pero no más de treinta. Desde el primer momento que empezamos a hablar, supe que nos entenderíamos. Su camiseta me gustó, ponía: "Broke the bloke". Creo que hablamos más de hora y media, luego me marché con una chapa de Greenpace, un folleto y la cara de tonto. Fui a Mcdonals, pedí una ensalada.

Empecé a entrar en una depresión de la que no conseguía salir. Recibía llamadas del nutriólogo: "Come", me decía. Otra del especialista en macrobiótica: "No comas", decía este. Los trabajadores del matadero llamaban para animarme: "No te rindas chaval, estamos contigo, por cierto, pásate cuando quieras por carne, tenemos una buenísima", y se quedaban anchos. De Greenpace recibí una carta sellada por un notario:

"Respetable Sr/a:

Nos dirigimos a Usted para informarle sobre nuestras actividades notariales y asuntos peritarios que estamos dando inicio en contra de su campaña bla, bla, bla..."

Afirmaban que tenían un séquito de abogados, un bufete de abogados muy potente que actuaría si mi artículo aparecía publicado. Lo primero que pensé fue que no era justo y que estos hijos de puta no podían ponerse así, por lo que llamé a sus oficinas y concreté una cita con el chaval que había hablado días antes. Ahí estaba él, con su camiseta, una que ahora ponía: "Break of brake". No me hizo ni puta gracia. Para cuando salí de su oficina, ya lo había insultado tanto que su sonrisita ahora era una cara de ira. Tenía apariencia de ser mayor que yo, ya no parecía tan joven.

Cuando llegué a mi casa y hablé con los periódicos y la revista, les expliqué el caso y les dije que la carne daba asco, que solamente me había metido en problemas. A los tres les hice la misma broma, luego me justifiqué explicando que no escribiría el artículo por movidas turbias con Greenpace. Entendieron y uno de los periódicos escribió una reseña sobre Greenpace, una que los ponderaba como los buenos, hacía justicia sobre ellos.

Fue entonces cuando entendí que la justicia universal no existía y ya que hoy lo recuerdo, lo escribo para que lo sepas.

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