lunes, 30 de diciembre de 2013

Usted puede canalizar sus sentimientos, es fácil.

 «Lleve su vida como si de un libro se tratara, reléase y así entenderá más conceptos que no ha leído antes.»

 «Después de un fuerte estado de conmoción sufrido por la alteración espontánea de alguno de sus sentimientos, sea perspicaz y no deje que ellos tengan el control de la situación, sea usted quien controle. Respire.»

 «Tras un espasmo ocasionado por un mecanismo reflejo, piense. Pensar es un proceso a su alcance, Usted puede pensar. Analice entonces y cerciórese de que el sentimiento puede ser dominado, la deriva acarrea una falsa canalización de sentimientos, no lo olvide.»

 «Cuando un sentimiento venza; porque es más fuerte que Usted, la defensa automática será una autojustificación de tal, o autocomplacencia, que dejará claro su estatus cuando posicione al orgullo situándolo en el olvido. Esto es, en cuanto sepa escudriñar sin filtros el sentimiento, podrá canalizarlo […], convirtiendo estas situaciones en un autocontrol que concluirá en la canalización sintomática.»

 «Existen falsos sentimientos, estos no los canalice. Deje la canalización para los verdaderos. Aprenda a identificarlos. Identifíquelos mediante la eliminación de filtros. Los filtros se eliminan empleando sinceridad. La sinceridad requiere entereza. Para tener entereza elimine los falsos sentimientos.»

 «Existen categorías de sentimientos: bajos sentimientos y altos sentimientos. Razone y determine dónde están situados los suyos, Usted tiene la última palabra.»

 «Sea Usted el dueño de sus sentimientos, no deje que las manipulaciones externas sean quienes canalicen, es fácil: tómese su tiempo.»

 «Al alcanzar una pura canalización de sus sentimientos, Usted notará que ha entrado en una fase de tranquilidad; sea ahí donde permanezca, trasládese a ése sitio de sosiego, disfrute del residuo que contiene canalizar los sentimientos; acierte una y otra vez.»

domingo, 8 de diciembre de 2013

Fragmentos de lecturas de lo absurdo.

Fotografía a pantalla de ordenador (vídeo: "plantas marinas" [phycos]).

 El título de este post es una frase con la que algunas personas entraron esta semana al blog. Es absurdo. Absurdo que alguien entre buscando lo absurdo aquí, donde no está, donde ni por asomo jamás existiría. Esto es un blog decente. Lo que también es absurdo, es el hecho de que me ponga a buscar por qué alguien buscó esa frase y desde dónde, ¿qué pasará por tu mente, pequeño navegante?, ¿desde cuándo éstas dudas te abrigan? Recuerda que caer en temas dentro del absurdismo, e intentar abordarlo, ya en sí es absurdo y podría convertirte en un absurdista, ése loop que trae consigo samplers evocando de manera extravagante a la nada.

No digo más.

Una mañana fresca como la de hoy, fui a comprar un cable de teléfono porque el que tenía estaba estropeado. En el ascensor de la finca donde vivo había un cartel que ponía algo así como "se te ha caído esto, cerdo" y una flecha que apuntaba hacia abajo, donde había pegado con celo, vellos púbicos o algo que identifiqué como tal. ¡Qué puto asco, colega! Y esto, este acto de tomarse el tiempo para la creatividad de poner un cartel con físico ejemplificando su discurso, en sí, lo considero absurdo, poco higiénico y de mal gusto en toda su realización. Lo absurdo, señores. Salgo del ascensor y cuando llego a la frutería, recuerdo que en realidad no quiero fruta ni verdura, busco un cable, así que antes de corregir el paso rumbo a la ferretería, aprovecho el descuido y compro limones para la tos, nada absurdo, solamente tos.

La ferretería es una mar de objetos que en su mayoría desconozco, esto me hace pensar en los trabajadores de las ferreterías y el archivo mental de piezas y piezas y partes de quiensabequés para quiensabecuántos. Una maravilla, y entonces caigo en cuenta de que todos estamos con la misma historia, en la misma frecuencia: tenemos una información en la cabeza de objetos y de historias que cae en lo absurdo, así es, absurdo almacenar tanta mierda en el archivo del pensamiento.

—Buenos días caballero —me dice el que atiende en la ferretería, lo que me hace gracia: "de caballero tengo poco", pensé—. ¿Puedo atenderle?
—Pues sí, no sé cómo, pero de la manera más absurda, rompí el cable del teléfono y quiero algo que sirva para lo mismo.
—Vale, déjeme ver... Sí, aquí tengo algo parecido.

Pago, me entrega el cable y salgo. Fuera está lloviendo. Una tormenta inexplicable. Paro un taxi. El taxista, tras preguntarme la dirección y contestarle que voy al mar, reacciona con una mirada extrañada, como diciendo: "¿qué no ves que está lloviendo, imbécil?", pero no dice nada y conduce. Yo miro por la ventanilla.
Llegamos a la playa, pago, bajo y corro hacia el mar. Me doy cuenta que he olvidado el cable y los limones en el taxi. No me detengo. La lluvia entonces se me antoja suave y cálida, el agua del mar, reconfortante.

Y ahí estoy, nadando en el mar, entonces me propongo llegar a la boya aún con la ropa y zapatos puestos. Imposible, el peso de todo lo que llevo encima me está hundiendo. Así que me sumerjo y bajo el agua empiezo a quitarme los zapatos, salgo a respirar y aprovecho para también quitarme la chaqueta. Mucho mejor.

Al final llegué a la boya prácticamente sin ropa y cansado, una vez estuve ahí, me di cuenta de lo absurdo que estaba comportándome, era imposible que fuera yo, ese tipo de cosas no las hago, sería absurdo, y sin embargo, ahí estaba, bajo la lluvia, dentro del mar, cogido de una boya, casi desnudo y pensando en lo absurdo.

Ahora que lo escribo ya empiezo a notar lo absurdo como elocuencia, como dictaminando las letras, como organizando los pensamientos, y no era eso lo que pretendía. Recuerdo que después de salir del mar y verme casi desnudo, me dió un ataque de pánico que luego se convirtió en vergüenza y que luego se transformó en inquietud, ¿cómo volvería a casa? Tras varios intentos, un taxi se compadeció de mí y llevo de vuelta a mi piso, donde me tuve que enfrentar al problema de las llaves... Pero mi suerte es grande y mi chica ya estaba dentro, así que lo único que tuve que hacer fue tocar el timbre y luego explicar mi estupidez, aquella de volver casi desnudo, sin llaves y contarle lo del mar y lo absurdo..., que entre más lo hablaba más absurdo lo veía. Pero ella me conoce y sabe que me gusta eso de los experimentos y no me echa broncas. Eso sí, han pasado un par de semanas y aún arrastro una tos impresionante, y el teléfono sigue sin cable. ¿Absurdo? No, que va.

Y eso, 
aquí no encontrarás 
"Fragmentos de lecturas de lo absurdo", esto es un blog decente.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Greenpace. El matadero de cerdos.



El matadero de cerdos que está cerca de mi casa lo quieren demoler. Es una pena pero así es. Greenpace ha ganado su lucha y ahora no habrá carne por estas zonas, o por lo menos carne fresca no. Así que he decidido escribir un artículo sobre el tema, mismo que publicarán dos periódicos locales y una revista de tiraje nacional. No busco nada, pero creo necesario que exista un equilibrio justo. Ay, la justicia... Sobrevalorada palabra. ¿Quién determina qué es justo? ¿Un tribunal?, y de ser así, ¿cuál? ¿Leyes humanas?, ¿estamos de broma? ¿Dios? ¿Las sociedades? ¿Normas cívicas? ¿Mi madre?, ¿la tuya?

En fin. Empecé por documentarme sobre temas relacionados con la carne a nivel biológico y cómo es, en su justa medida, necesario para el desarrollo del humano. Luego visité a un nutriólogo que insitía en que el humano necesita carne para vivir. "La NECESITA", me decía acentuando la palabra como si fuera una verdad absoluta. También consulté a un nutriólogo naturista, que en realidad estaba especializado en la comida macrobiótica y que tenía buenos fundamentos para casi convencerme de que dejara la carne y que me centrara en la espiritualidad, que no llenara mi cuerpo de basura, de residuos. De verdad que estuvo a punto de convencerme, si no es porque un día, tras cuatro sesiones con él, pude verle las costuras cuando me habló de la alineación de los planetas y que el no sé qué estaba en la casa de no de dónde o quién. Cosa rara que interpreté como charlatanería. Tras recolectar esta información, empecé a realizar encuestas a mis amigos, familia y gente cercana. Entonces fue cunado me puse con ello en el ordenador, a pasar en limpio los apuntes y una vez que los tuve, fui al matadero para ver cómo estaba el tema ahí, donde perderían sus empleos doce personas en el transcurso del mes.

Al llegar, con la cámara y una mochila en la que llevaba varias cosas, ya me esperaba en la puerta un hombre que tenía cara de buena persona. Me alegré. Nos saludamos y me dijo que esperaba la visita, que le habían informado que estaba con ellos y que les ayudaría a combatir a los de Greenpace. Yo no contesté y me puse con las fotografías. Todos estaban contentos conmigo, me veían algo así como a un salvador y por más que les insistí que solamente era un reportaje informativo el que estaba realizando, ellos no perdían la esperanza de que por mi artículo, no demolerían el matadero y como consecuencia, conservarían su trabajo.

La sangre era una barbaridad. Pensé por un momento en que era buena idea demoler aquello. El chillido de los cerdos era lo que más me costó asimilar; el olor como sea, pero aquel sufrimiento que emitían justo cuando les clavaban el cuchillo en el cuello, es hasta hoy uno de los sonidos más desagradables y desgarradores que he llegado a escuchar. Esto me hizo reflexionar sobre la carne y su asquerosa procedencia, tema del que ni el especialista en macrobiótica pudo ejercer tanto convencimiento sobre mí y mi manera de alimentar mi cuerpo.

Cuando hube terminado con las fotografías, les hice algunas preguntas sobre las instalaciones, fechas de apertura, número de cerdos muertos, kilos de carne vendida..., temas que me ofrecieran una visión más amplia sobre la economía y lo que producía el matadero. Luego me despedí de aquella gente: gente curiosa: asesinos todos. Antes de salir me regalaron carne.

Cuando estuve en mi piso, llamé a una amiga y le dije que se pasara a comer. Comimos carne, yo comí poca.

El artículo empezó a perder peso con los días. Me dí cuenta de que los de Greenpace quizá algo de razón tenían, ya que alegaban que era una bestialidad lo que en el matadero sucedía, y la verdad, para ser sincero, tenían toda la razón, el problema era que muchas personas se verían afectadas por esta demolición y yo no estaba convencido de que fuera justo.

Concreté una cita con un representante del caso que estaba del bando de Greenpace. Era un chico más joven que yo, le calculé veintiocho años o veintinueve, pero no más de treinta. Desde el primer momento que empezamos a hablar, supe que nos entenderíamos. Su camiseta me gustó, ponía: "Broke the bloke". Creo que hablamos más de hora y media, luego me marché con una chapa de Greenpace, un folleto y la cara de tonto. Fui a Mcdonals, pedí una ensalada.

Empecé a entrar en una depresión de la que no conseguía salir. Recibía llamadas del nutriólogo: "Come", me decía. Otra del especialista en macrobiótica: "No comas", decía este. Los trabajadores del matadero llamaban para animarme: "No te rindas chaval, estamos contigo, por cierto, pásate cuando quieras por carne, tenemos una buenísima", y se quedaban anchos. De Greenpace recibí una carta sellada por un notario:

"Respetable Sr/a:

Nos dirigimos a Usted para informarle sobre nuestras actividades notariales y asuntos peritarios que estamos dando inicio en contra de su campaña bla, bla, bla..."

Afirmaban que tenían un séquito de abogados, un bufete de abogados muy potente que actuaría si mi artículo aparecía publicado. Lo primero que pensé fue que no era justo y que estos hijos de puta no podían ponerse así, por lo que llamé a sus oficinas y concreté una cita con el chaval que había hablado días antes. Ahí estaba él, con su camiseta, una que ahora ponía: "Break of brake". No me hizo ni puta gracia. Para cuando salí de su oficina, ya lo había insultado tanto que su sonrisita ahora era una cara de ira. Tenía apariencia de ser mayor que yo, ya no parecía tan joven.

Cuando llegué a mi casa y hablé con los periódicos y la revista, les expliqué el caso y les dije que la carne daba asco, que solamente me había metido en problemas. A los tres les hice la misma broma, luego me justifiqué explicando que no escribiría el artículo por movidas turbias con Greenpace. Entendieron y uno de los periódicos escribió una reseña sobre Greenpace, una que los ponderaba como los buenos, hacía justicia sobre ellos.

Fue entonces cuando entendí que la justicia universal no existía y ya que hoy lo recuerdo, lo escribo para que lo sepas.