sábado, 19 de julio de 2014

Anotaciones sobre el bien y el mal.

Tocan a la puerta. Abro. Es Ella, otra vez. Entra. Se sienta en el sofá, el que era de mi madre y que aún tiene su aroma. Mi madre ha muerto hace dos semanas. Estoy bien. Cierro la puerta y permanezco de pie. Ella no me mira, cruza la pierna y la balancea. La miro. Saca un cigarrillo y justo antes de encenderlo, le pido que no lo haga. Balancea la pierna con más fuerza. Se levanta casi de golpe y se encierra en el baño. La puerta sufre su enfado. Me acerco al sofá, aún tiene el aroma de mi madre, ahora está muerta. Estoy bien, gracias.

Cuando salga del baño no me dirigirá la palabra y seguramente se irá y entonces iré tras de ella, porque es lo que siempre pasa: voy tras de ella, pero yo estoy bien, gracias. Ella es así, cuando se enfada no hay razón que la calme, por eso mejor no digo nada, prefiero quedarme callado y que se le pase, porque es otra de las cosas que siempre pasan: el enfado termina por irse. Yo estoy bien, gracias.

Estoy sentado en el sofá. Suena mi teléfono. No es Ella, pero también la quiero. Contesto. “Ahora no puedo hablar”, le digo. Ella, ésta Ella lo entiende y colgamos. Pluralizo porque con ésta Ella así son las cosas y nunca tenemos problemas de nada, casi de nada. Nos entendemos aunque no nos pertenezcamos. Ésta Ella sabe que las pertenencias —al igual que yo—, son una irracionalidad que hay que erradicar.

Ahora se abre la puerta. Es Ella y tiene los ojos enjugados de lágrimas. La miro. Me levanto y voy a su lado. Siempre estoy a su lado, pero yo estoy bien, gracias.

Nos abrazamos. Pluralizo. Ella me quiere. Yo…, también. No decimos una sola palabra, solamente es el abrazo el que nos sirve de diálogo. Noto que una inminente erección empieza a fraguarse. Ella lo nota. Me besa. En singular: me besa. Cedo. La beso. Entonces nos besamos y su respiración se agita y su cuerpo se estremece y mi erección aumenta. Entonces me empuja. Ella es una zorra. Siempre lo ha sido. Coge su bolso que ahora está en el suelo al lado del sofá que aún huele a mi madre, que ha muerto, y que por cierto: yo estoy bien, gracias. Y se va, como mi erección y las ganas de volver a verla. Salgo tras de ella, pero no con tanto entusiasmo como para alcanzarla. Le grito, pero Ella ni se inmuta y sigue, con su camino y sus furias y sus formas, esos mecanismos que sabe engranar para el mal. “Es mala”, pienso mientras la veo marcharse. Entro a casa y sé que estoy bien, gracias.