viernes, 17 de julio de 2015

Libros

Un hombre viaja solo en el metro. Lee un libro de A. Mleczko, lo sé porque reconozco la portada, lo tengo, lo he leído tres veces y me sigue gustando. La primera vez que lo leí, recuerdo que era verano y estaba en Roma, justo en el Trastevere, comiendo en el restaurante de Alfredo alla Scrofa. Me había pedido, aún no sé por qué, algo que pensé me gustaría, era una especia de ostra gigante que ya no recuerdo cómo se llamaba, pero estaba empanada y con queso derretido sobre el caparazón; por lo que pensé podía gustarme, vamos, que me había dejado seducir por la imagen de la carta y en ese momento decidí que esa exquisitez debía probarla. Lo que no sabía es que su sabor me dejaría pocas ganas de ser un aventurero culinario, por lo que días después me mantuve con lo típico: pasta, pizzas y poca historia más. Ahí estaba y ahí mi libro, ahí estuve y era verano, uno muy duro con calores y gente y ruido y mucha Roma por ver. Estuvimos juntos casi dos semanas y para cuando nos hubimos terminado yo tenía que volver a casa. Un libro y su lector. Él era el protagonista.

Un hombre viaja solo en el metro. Lee un libro de A. Mleczko, lo sé porque reconozco la portada, lo tengo, lo he leído tres veces y me sigue gustando. La segunda vez que lo leí era invierno, recuerdo que no tenía coche y por casi un mes y medio estuve yendo al trabajo en metro, así que opté por el libro que ya me había acompañado una vez. Dejé que indicase el método para abordarlo, que él fuera el guía; no opuse resistencia, así que día a día nos compenetramos hasta entendernos del todo. Casi al final de sus páginas, me entregaron el coche y por poco el libro y yo nos separamos, pero no lo hice, ese invierno tendría que ser acompañado por el libro y sus incisiones. Me dejé rebanar por sus letras entonces, y supe que de ser necesario lo volvería a hacer. Dejaría que sus letras seductoras continuaran con su camelar.

Un hombre viaja solo en el metro. Lee un libro de A. Mleczko, lo sé porque reconozco la portada, lo tengo, lo he leído tres veces y me sigue gustando.

Los aviones sobrevuelan las costas de Tsingtao, llevamos tres semanas ocultándonos para no ser descubiertos, pero sabemos que es cuestión de tiempo que nos capturen. Hemos perdido a Robertson, la pierna se había infectado y la fiebre destrozado el ánimo. Ayer ha muerto. El capitán McCoy no pierde la esperanza de ser rescatado, insiste que debemos seguir hasta la zona abierta de la playa, donde los aliados del Extremo Oriente-Pacífico nos aguardan con refuerzos. Han pasado tres días desde que envió a Callagan. No ha vuelto. Creemos que fue alcanzado por alguna ráfaga de metralletas, o que quizá habrá sido presa de una mina oculta en el camino. Hoy ha salido un escuadrón dirigido por Brigton de la brigada "treintaitrés" a investigar el camino. Escuchamos cómo detonaban varias minas. Creemos que están muertos. McCoy se mantiene firme: cree que debemos seguir avanzando. Hemos perdido diez hombres y las provisiones escasean.

Un hombre viaja solo en el metro. Lee un libro de A. Mleczko, lo sé porque reconozco la portada, lo tengo, lo he leído tres veces y me sigue gustando.