jueves, 26 de septiembre de 2013

Mostrando la lengua.

Fotografía de timbre en portal de una calle de Venecia.

"...entonces todo estaba bien, o eso parecía. La noche era como estar en casa, una cómoda situación, una relajante. No habría más disparos, todos ya habían sido realizados. Se sentó entonces en el banco que quedaba libre, los demás ya tenían dueño. Era una plaza pequeña con farolas grandes. Ahí fue cuando lo tuvo claro: si ella estaría fuera de la jugada, entonces todos se irían con ella, claro, así tenía que ser. Los hundiría. Primero a Roberto. Contaría a la policía todos los planes, les hablaría de cómo los había engatusado y dónde guardaba las armas, de cómo era el que engañó al equipo para más tarde robarles hasta los zapatos. Luego contaría lo de Armando, de cómo se había cargado a ese madero aquella noche, de cómo sin piedad le había pegado un tiro, de cómo, después de matarlo le había pateado la cara, de cómo se reía y cómo disfrutaba de su malicia, porque el muy cabrón sí que era malo, uno malo malo, uno de esos capaces de matar a su madre por unos cuantos billetes."

Cerré el libro, pedí la cuenta, pagué, dí el último sorbo al café y me puse en marcha. Venecia es una de las ciudades más bonitas que he visto en mi vida.

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