sábado, 14 de septiembre de 2013

Lo llamaremos William.

William (evitaré apellidos por aquello de aludidos posibles, incluso cambiaré nombre y si es posible modificaré la historia a mi antojo para no causar controversias de ningún tipo), hace unos años tomó la decisión de coger una mochila, guardar en ella lo que encontró básico y salir a la calle sin idea de volver, tampoco tenemos más información de cuáles eran sus razones, pero lo que está claro es que se iría. Así que ahí lo vemos, bajando las escaleras, en el portal de la finca saca las llaves, las mira y decide que sería mejor guardarlas en su buzón. Ahí empieza William su deambular, así da comienzo esta historia, con un hombre de 40 años queriendo dejarlo todo, olvidar y empezar una nueva historia.
Ahora William da el primer paso hacia su otra vida, su nueva vida.
Las calles cambian de color y de aroma cuando decides que no vas a volver, todo adquiere una nueva intensidad, parece estar más vivo que antes y casi da la sensación de que a tu alrededor todo está palpitando, y no se puede determinar exactamente si te está saludando o diciendo adiós. El exterior vibra cuando tomas la decisión de ser parte de él y no solo pisarlo como un transeúnte más. El que elige abandonarlo todo y salir sin billete de vuelta, tiene claro que es así: salida sin regreso, no hay marcha atrás.

William ahora está sentado en la cera de un callejón, está comiendo un bocadillo de tortilla de patata y jamón, ¿será el último bocadillo casero que coma?, no lo sabe, pero lo piensa y no tiene miedo, de hecho no le da importancia. Lleva consigo seiscientos euros y nada más. No tiene planes, es la forma que tiene de abordar la vida, su nueva vida, solamente con seiscientos euros y lo que en una mochila cabe. Ahora bebe un poco de agua. Cuando se le acabe no tendrá problemas, la ciudad regala agua a quien así lo quiere, para ello los dispensadores que están en casi todas las plazas. Dormirá en el parque que colinda con la ciudad, pero no quiere pensar en ello, no es necesario adelantar sucesos, pero nosotros sí adelantaremos los hechos, y son así: William dormirá cerca de unos arbustos bajo las escaleras del puente Román Interino, por la mañana no tendrá su mochila ni sus zapatillas, luego, descalzo irá al centro comercial y gastará cuarenta euros en unas deportivas de marca, al salir de ahí se dará cuenta de que acaba de cometer una estupidez, el dinero se irá agotando y no puede permitirse este tipo de lujos, así que será el último de ellos. El segundo día será para andar por las calles, comer algo en el mercado y poco más. La contemplación es estimulante cuando se busca. La primera semana empezará a hacer mella tanto en su físico como en su bolsillo; tontamente se dará cuenta de que habrá gastado ciento veinte euros y que se encuentra hambriento, sucio y cansado. Cuando la tercera semana termine, William habrá agotado prácticamente todo su dinero, le quedarán noventa euros y empezará a sentir pánico, miedo. La cuarta semana será crítica, perderá el resto de dinero, se verá involucrado en una trifulca callejera, lo arrestarán; sin nada, volverá a las calles y no sabremos qué será de él, así sin más perderemos su rastro. William habrá desaparecido.
A los dos meses la gente que lo conoce empezará a preocuparse, habrán rumores sobre él, se dirán muchas cosas, pero todas ellas sin argumento evidente. En ese momento nosotros nos deslindaremos de la historia de William y dejaremos que su familia y cercanos sean quienes se encarguen de su búsqueda.

Justo aquí es cuando hablaré de Marc. Empezaré por decir quién era Marc y trasmitir lo que él me hacía sentir, de lo que me hablaba, de lo que pretendía y de lo que nunca logró. Marc se convirtió no en otra cosa que un aliado en la guerra, en la batalla que juntos habíamos decidido emprender. Esta guerra sin sentido que era el vivir, el olvidar y si era posible el deambular; mismo que nos llevó a sitios que nunca puedes borrar de la mente. Quizá estoy divagando, pero así era hablar con Marc, quien había sido compañero de escuela del ahora perdido William. Así lo conocí, gracias a William. Él me hablaba de Marc como si de un ser evolucionado se tratara, me hablaba de él casi como una deidad, una especie de gurú que tenía la capacidad de transformar las cosas. Y en efecto, cuando por primera vez hablé con él, supe que ahí estaba la línea divisoria de un antes de y después de. Marc hizo que aceptara términos que jamás pensé siquiera que existieran, me hizo escuchar lo que yo tenía que decirme. Vamos, que más que un gurú, era un vidente, uno real, uno palpable con el que también se podía salir a beber cervezas y a ligar con chicas. William era una de las cosas que detestaba de Marc, decía que todo lo centrado que tenía en su discurso de vida, era tirado a la basura por un instante de no lucidez al que se entregaba.
De fechas no estoy seguro, pero creo que fue al año de conocer a Marc cuando William empezó con sus ideas de soledad, de meditación y de autocomplacencia. Luego lo de su escape y después encontrar su disco duro con toda la información, con la verdad almacenada. De eso hace varios años ya. El disco se lo quedó Marc y el muy cabrón también desapareció. Nos lo entregó su madre sin saber qué era y dijo algo así como "chicos, ustedes sabrán qué hacer con esto porque yo no entiendo nada". Luego sonrió, casi estoy convencido de que ella sabía más que nosotros tres juntos.

Y ahora aquí estoy, sentado pensando en ellos y dándoles vida. Quizá estén por ahí divagando con sus teorías y conspiraciones y revelaciones superiores argumentistas, quizá han encontrado en la verdad lo que buscaban, lo que construían. No lo sé. Yo por ahora me detendré y definitivamente prepararé algo para comer, de verdades sé poco, muy poco o casi nada, pero comer es comer.


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