sábado, 28 de septiembre de 2013

Lo gracioso.

Imagen de internet
 
Reserva. La luz con una imagen de lo que representa un surtidor de gasolina está encendida. Entro a la gasolinera y justo antes de ir a pagar, una mujer que trabaja ahí— me pregunta que cuánto quiero poner. Evidentemente habla de gasolina y de dinero. Le contesto que ocho euros y me encamino hacia el mostrador para pagar. A medio camino cambio de opinión, no sé por qué, creo que hago mal las cuentas o algo así y le grito a la mujer que mejor nueve. Estoy en la fila y cuando vuelvo a contar el dinero, veo que solamente tengo ocho euros, ¿de dónde mis malas sumas para pensar en nueve? Giro la cabeza hacia la mujer y ya ha puesto la gasolina. Salgo de la fila y me dirijo a ella. No estoy seguro de qué hacer. Por mi mente pasan varias ideas: arrancar el coche y largarme es una de ellas, pero me decanto por hablar con la mujer. Me dice algo a sí como, "no me lo vuelvas a hacer" y deja que me vaya. Le pago ocho euros a sabiendas de que ha puesto nueve. Le digo que en unos minutos volveré a darle el euro. No me cree, lo veo en su cara. Subo al coche, y voy a mi casa que está a dos calles de ahí. Consigo el euro, vuelvo a la gasolinera y le entrego la moneda a la mujer. Cuando se la doy se ríe a carcajadas. ¿Qué es lo que le hace tanta gracia? No lo entiendo.

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