miércoles, 27 de marzo de 2013

Una persona que no eres.

No sabes qué hacer con tu vida porque no sabes ni qué es lo que quieres. Estás ahí, perdido, sin rumbo.
Luego vienes y cuentas cosas sobre tus logros, sobre tus planes y sobre lo que pretendes hacer. Pero no lo haces.
El teatro ya no te vale. Fracasas con él. Has olvidado cómo actuar. Nadie quiere que estés en su obra. Ya ni lo intentas.
Buscas trabajo de otra cosa, lo que sea. Pero nadie te contrata, nadie se fía de ti. Ya no te preocupas ni por ducharte. Hueles mal. Tienes mala pinta. La barba te crece, y el pelo, y las uñas.
Pasa el tiempo y te comportas como otra persona, una que no eres tú. Ya no puedes pagar el alquiler. Lo primero en suceder es que te cortan la luz. Sin luz no funciona el calentador, ni todo lo que funcionaba en tu cocina. Nada en tu casa es válido. Todo es eléctrico. Pero sobrevives. Los enlatados te salvan. Luego es el agua lo que cortan. Sin agua tu higiene empeora, ya no sólo eres tú quien apesta. Todo apesta en donde vives, tu vida apesta, lo sabes. 
El casero amenaza con echarte si no pagas. Luego es la policía quien lo intenta. Tienes sed. Entonces coges lo básico y te largas de ahí, nadie necesita una casa, ni cosas. Lo primero que haces es deambular, hace mucho tiempo que no ponías tanta atención en las calles. Vives en una ciudad hermosa y casi no lo habías notado. Y ahí estás, en una de las plazas principales que te recuerda otro de los lugares más bellos en donde alguna vez estuviste. Te sientas en la fuente y respiras, y bebes agua ayudándote con la mano, y aún respiras más y lo notas, y lo notas más que antes. Tienes hambre, y duele. Los zapatos te sobran, así que te descalzas y te pones a andar. Una mujer te mira y tú a ella, no hay odio, pero sí pena. Sientes pena por ella, tiene algo en la mirada que da tristeza. 
Te acercas a la basura y por primera vez encuentras algo ahí que jamás buscaste: comida. Ya no tienes miedo. Eres libre y no sabes qué es la felicidad, pero nunca lo has sabido. Ves un periódico en el suelo y lo recoges, te sientas y lo hueles, es papel de periódico y te encanta, así que no lo lees pero lo guardas en tu mochila. Luego sacas de la mochila cosas que no te sirven y las tiras al suelo. No necesitas nada de eso. No necesitas nada, solo la mochila vacía y un periódico. Un hombre te ve y se acerca, te da una moneda. La miras y no entiendes qué pasa ahí, ya no eres tú el de los planes, ni ese que eras antes con ideas y propuestas. Ahora estás y lo sabes y huele y duele y pesa. Entonces el tiempo se detiene y sigues con la respiración pausada. Te levantas y buscas algo, pero no sabes qué es. El suelo es rugoso y áspero. Llegas a un jardín y te tumbas. Un tipo uniformado te pide que no pises el césped, pero no lo escuchas, los pájaros tienen mejor sonido que su voz. Y ahí estás, con tu mochila y tu olor y tu vida que ya no es vacía ni de mierda. Estás tan libre que por un momento sientes cómo algo te invade desde dentro y explota en tu cara con una sonrisa de plenitud y satisfacción, entonces lo notas, eres feliz y no necesitas nada, ya no actúas, ahora eres y estás y lo sabes, y respiras.
Una patada te saca del trance y te trae al presente y a la materia que duele. Ahora son tres uniformados los que te insisten que salgas del jardín. No haces caso. Entonces te insultan, pero para ti no es suficiente. Ahora te patean con fuerza y arrastran, pero no te importa. Pobres imbéciles, no saben nada. Tontos infelices con sus trabajos y sus casas y sus mierdas. Así que cierras los ojos y dejas de escuchar y de sentir. Y por un instante todo cuanto está, es. 
Y entonces
mueres.

Abres lo ojos. Te despiertas.
Qué sueño más raro acabas de experimentar.
Te levantas de la cama y sientes cómo una sensación incómoda invade tu cuerpo. Qué mal sería no tener todo lo que tienes. Así que te duchas y vistes y desayunas y sales de tu casa y vas a tu trabajo y luego vuelves y ves la televisión y practicas sexo con tu mujer y te duermes. Y así toda tu vida con variantes, con viajes y con cosas, muchas cosas. Luego tienes hijos y crecen y mantienen tu ritmo. Y algunas tardes eres quien da monedas a quienes las piden. Entonces olvidas tus sueños, y olvidas respirar y notar que existes. Y luego..., mueres, tienes una muerte real. Y nada ha valido la pena, porque en algún instante, cuando quizá lo reflexionaste, no hiciste nada. Para qué.

 

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