domingo, 2 de septiembre de 2012

Colaboración en Arròs Negre Fanzine.




Creo que fue en febrero cuando me puse con el texto para Arròs Negre Fanzine, y en marzo, ya que lo vi impreso fue cuando me di cuenta de que me gustaba más así. Cómo da gusto ver algo que uno hace en papel. Bueno, no puedo decir otra cosa, jamás. 
En efecto, Elías Taño lo ilustró dándole una categoría que enaltece la historia. Aclaro que el tema tenía algunas exigencias, ya que las condiciones eran: que se hablara de paradojas (el fanzine iba de eso), y que se utilizaran varias palabras específicas, como el rublo, la bailarina de cabaret, un perro con cartel atado al cuello, un saxofón, un sombrero ruso..., etcétera.

Dejo aquí el texto:


PERRO CON CARTEL ATADO AL CUELLO

Cuando conocí a Anna, ella estaba con Vladik en El Rublo bebiendo unas cervezas Baltika y hablando sobre cómo el socialismo había causado más impacto en Europa del Este de lo que el capitalismo jamás lograría. Yo tenía casi cuarenta años y empezaba a dejar de creer en tantas cosas, que prácticamente no tenía opinión sobre ningún tema. Pero al ver a Anna, de la que después me enteraría que a sus veintisiete años era quien lideraba al grupo de bailarinas de cabaret más famoso de Múnich, me atreví a opinar que el capitalismo nos estaba consumiendo y que las sociedades debían cambiar o esto se iría al garete, que estaba en nosotros tomar las decisiones y no en los dirigentes, que no eran otra cosa que una panda de mentirosos, de marionetas, de caballos desbocados, de sistemas en desuso, de ilusiones ópticas, de paradojas, ¡eso!, paradojas históricas que no son menos que un desazón a cualquier hora sobre la mesa. Ella sonreía y empatizaba conmigo, sus ojos azules me miraban con tal interés que hacían en mí un ser más fuerte y enérgico de pie, dando un discurso bien cimentado con ligaduras socialistas. Así nos conocimos, recordando Ushankas y nieve que podía verse en las calles durante casi todo el año. También hablamos de los sitios donde el jazz seguía marcando historia; y coincidimos en que el mejor de todos los sitios para deleitarse con un buen sax, sería, sin dudarlo, Las Tijeras de Sastre de San Petesburgo, donde El Señor K hacía alarde de su virtuosismo al saxofón. 

Pero ya se sabe que todo lo bueno tiene que terminar, así que llego la hora de decir adiós, salir a la calle y en la puerta pedir un taxi, el mismo que la llevaría al aeropuerto rumbo a Alemania.
Cuando la vi marcharse, la euforia acumulada brotó de mi interior. Entonces abracé a Vladik con tanto ahínco que lo hice sentir incomodo.

—Para ya, pareces tonto —dijo Vladik—. Haberte ido con ella, so capullo.
—¿Pero qué me estás contando?, no la conozco de nada ¿y ya me dices que coja un avión a Múnich? Serás tonto.
—Sí, claro, ahora el tonto soy yo —y mientras hablaba, me miraba con una sonrisa cómplice—, tampoco está tan lejos Alemania...

Por un momento pensé en alcanzarla, llegar al aeropuerto y decirle que me iba con ella, que sí, que nuestras coincidencias eran buena razón para olvidarlo todo y empezar una vida nueva, aprender otro idioma y retomar ideales que casi ya tenía enterrados. Pero no lo hice. Así que le pedí a Vladik que bebiera algo conmigo, él me dijo que no porque se emborrachaba, luego sonrió y asentó con la cabeza y nos pusimos en marcha. Lo bueno de vivir en el Levante es que puedes encontrar lo que quieras sin importar qué hora sea. Eran las cuatro de la mañana y decidimos ir a escuchar un grupo de jazz llamado Avant-garde trío. El mejor bar para escuchar música en directo estaba en el barrio del Carmen, y ahí solían estar los músicos más famosos del ámbito jazzístico. 
Nos sentamos en una mesa del fondo y pedimos al camarero un "Cerco de alambres", bebida que le había dado el nombre y la fama al local.
Vladik era un tipo duro que en Rusia no solamente había enterrado a su padre y olvidado a su líder bolchevike colgado en el marco de una pared del barrio de Kolomna, también había olvidado los malos tiempos para venir a la ciudad de las naranjas a dibujar. Su pasión era el dibujo y en pocos años, tras una constante dedicación y disciplina, alcanzó el éxito por un cómic que publicó para Planeta DeAgostini, se titulaba "Perro con cartel atado al cuello", y era una historia llena de enredos amorosos, fracasos existenciales, secuestros, planes de robos a bancos que era imposible robar y sitios donde las paradojas eran tan reales que dejaban de ser paradojas para convertirse en realidades alternativas, que a su vez provocaban paradojas. En el cómic no había ni un solo perro. 
Yo consideraba a Vladik un genio.

―¿Por qué has dejado que se fuera?
Y mientras me miraba hacía girar los hielos dentro de su vaso.
―Quizá haya sido la mejor opción, o no... ―y al decirlo, parecía que Vladik pretendía jugar conmigo.
―Es que esa historia no podía ser ―le contesté mirando su vaso―. Más que una bonita historia de un guionista de tebeos que viaja a Múnich en busca de una chica, sería una paradoja desastrosa que acabaría conmigo. Ahora mismo es imposible que yo pueda hacer esa locura, ¿te imaginas? Es imposible hasta de pensarlo.
―Bueno..., imposible, lo que se dice imposible, no.
―Ya, pero hubiera sido mejor hace diez años, pero entonces hubiera sido aún más imposible.
―Claro, con eso de que estás hecho un vejestorio ―me dijo el muy cabrón―, pues sí que es imposible. ¿Cuantos años son?
―Es una diferencia de trece añacos, una gran diferencia de edades.
―Vaya... Imposible hace diez años, y veinte ni te cuento.

Entonces seguimos bebiendo y hablando de los "qué tal si" y los "si hubiera" y los "te imaginas que". Nos dieron las ocho de la mañana y salimos a la calle, era un 21 de febrero y había una manifestación de policías. Pedían aires acondicionados para los estudiantes, mientras gritaban: "¡Nosotros somos el enemigo!".


Retrato en acuarela pintado por María José Sánchez.

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