miércoles, 27 de febrero de 2013

Paralelismos casuales (causalidades remotas).

Fotografía sobreexpuesta y modificada con Instagram.

No encuentro lo anormal en quedarse en casa un sábado por la noche, abrir el libro Postpoesía Hacia un nuevo paradigma de Agustín Fernández Mallo (Anagrama, 2009), y notar cómo las horas pasan y las letras dejan de ser estáticas para convertirse en elementos estéticos, que conducen a hacer lecturas latentes de otros textos, como el ensayo de José Luis Molinuevo: Estética de lo interesante, cuyas palabras abren más caminos al entendimiento como lo he concebido hasta antes de que este sábado comenzara con tan buen designio enfocado a lo "no-anormal", que es reactivar las visiones posibles como auténticas (donde lo auténtico es sin más) y que también pueden convertirse en obsoletas. Lo obsoleto, por otro lado, como término que en este caso dejaré utilizando de opción que determina lo que ya no está en uso —quizá una fracción de lo personal me incita—, es el ver como claro y propio la visión popular, lo común, la decadencia, el olvido. Luego sigo con la lectura de Mallo y dan las 3:00 am y no puedo dejar de leer, así que Molinuevo es quien coge el testigo; y sigue él con su historia dejando evidentes los puntos claves de los cambios: moderno-posmoderno, siendo capaz de afirmar un enfoque de la visión que se tiene en la posmodernidad tardía donde tal vez ya nos encontramos (gracias a ambos que logran explicarlo, es casi palpable).

Lo que encuentro anormal es no poder decir con las palabras exactas lo que siento al terminar de leer lo que ya conozco pero no del todo comprendo, lo que veo, pero no puedo abordar desde la nada, lo que sé, pero que soy incapaz de expresar con la plena claridad que tienen algunos: la sencillez de las letras que sorprende a cualquiera, el lograr con poco o nada decir más que con un libro de mil ochocientas páginas y discursos "protoelaborados".

Luego, respirar basta, y leer más mientras se pueda.

Descarga aquí Estética de lo interesante (Jose Luis Molinuevo)


domingo, 17 de febrero de 2013

Vendedor de humo.

Fotografía de cartel con "9" en forma de anzuelo.

Hay quien vende humo. El humo varía de precio según quién lo venda. Tema sencillo. El caché del vendedor de humo se lo dan los compradores y los que hablan de la calidad del humo que vende. La calidad del humo va en relación al acto de vender humo, esto es: un buen vendedor de humo sabe vender humo. La venta de humo no es complicada, falta tener claro que se quiere vender humo, y empezar a venderlo. No hay limite de venta de humo. El vendedor de humo deja de vender humo cuando ya no vende humo. El humo no se acaba y siempre está en venta. El comprador de humo, paga el precio justo por el humo que compra, que es proporcional al vendedor que vende humo, pues como ya se ha dicho antes, hay de vendedores de humo a vendedores de humo.
(¡Vende humo! Muchos ya lo hacen.)

sábado, 9 de febrero de 2013

CUESTIÓN DE BOTAS, NADA ACTUAL.

Imagen de google.


Me llamo Alaa Al-Marjani y soy fotógrafo de guerra para el periódico Washington Times. Nos han atacado a 130 km. de Bagdad. Del momento exacto del ataque recuerdo muy poco a causa de la confusión que todo lo teñía de sangre y ahogaba con el ruido de la metralla. Mis compañeros han muerto, y yo estoy cerca de ello, noto como me despido lentamente de la vida. 

Han sido los radicales Chiíes los causantes de la muerte de mi equipo, no quieren que se sepa lo que está sucediendo en Nayaf. Pero yo lo he visto, los he visto. La mezquita del imam Alí, ahora pertenece al equipo armado que resguarda lo más oscuro del Corán; esoterismos y ornamentos del Islam capaces de destruir todo cuanto conocemos. El Chiísmo en sus fondos es una secta que oculta secretos ancestrales en la tumba de Alí, donde los relojes de arena se han convertido en piedra, y los bereberes jamás han pisado su tierra. En la tumba los fanáticos rezan a Alá para destruir a sus enemigos; los he visto implorando para que se complete el legado que recuerda las enseñanzas que dejó Mahoma en las manos de Ali Ibn Abi Talib, que a causa de los rebeldes fueron enterradas en el olvido para algunos, pero no para ellos que recuerdan sus palabras al pie de la letra: "Alí será el sucesor ante la multitud de los fieles"  —y entonces acentúa—, "aquel de quien yo fuere su señor, Alí, también es nuestro señor, recordar: Alá ama a quien lo ama, protege a quien lo protege, es enemigo de su enemigo y amigo de su amigo"  —y requiere—, "trate con su ira a quien no lo ame, haga victorioso a quien lo haga vencedor y humille a quien lo humille y que lo convierta en el eje de la victoria". Para ello la guerra les sirve de tapadera y así logran sus objetivos principales: Chiíes dominando todo en nombre de Alá. 

Esto comenzó en Bagdad, donde empecé con la recolección de documentos para hacer el reportaje que tenía pensado, se llamaría: Cuestión de botas, nada actual, y sería presentado para causar profunda reflexión, pues al albergar una documentación tan sangrienta de fotografías, crearía en los que la vieran, una especie de malestar que menguaría las ganas de continuar con esta absurda guerra, y provocando en altos cargos, la tan deseada retirada inminente, o éso es lo que casi cualquiera diría. De lo que estaba seguro, es que el Washington Times tenía que recibir el reportaje cuanto antes para publicar y hacer partícipes a los miembros de la sociedad, lo que estaba pasando en Oriente medio. 

Así que ahí estábamos, el médico de la brigada internacional de la Cruz Roja, Farid Haddad, el subcomandante de defensa, Mahmûd Jattar y Rashîd Cattan, quien fuera el miembro activo de la ONU. 
Bagdad era una lluvia de bombas, balas perdidas y un desenfreno mortífero que nos impulsó a recolectar información y salir de ahí sin decir adiós. Subimos al Ford M151 que utilizábamos como transporte, con rumbo a Nayaf para hacer más fotografías, serían del cementerio, que al ser vistas junto con las de Bagdad, harían una contrapartida gráfica de los disturbios y las bajas que estaban ocasionando. Iba a ser un reportaje donde la muerte como protagonista lo envolvía todo con sus lúgubres garras. 

Km. 20 carretera Bagdad-Nayaf. 

Farid, el médico, nota un dolor en la pierna izquierda. Cree que es una picadura. La pantorrilla le sangra y nos dice que le ha alcanzado una bala. Dice al subcomandante Mahmûd que no pare el coche, así que coge su botiquín, se inyecta morfina y se hace un torniquete. 

Km. 30 carretera Bagdad-Nayaf. 

Farid está sudando, nos dice que tiene fiebre y que quizá la bala le ha roto la tibia. Rashîd, quien viaja en la parte trasera del coche con él, saca de su mochila una camiseta, la humedece con agua y la pone sobre su frente. Farid agradecido sonríe. Yo documento todo lo que pasa con la cámara Pentax Mz-50, misma que nos acompaña durante el viaje. Mahmûd conduce como si nada pasara en el coche, es un hombre duro, bebedor de café amargo que está acostumbrado a lo peor, le dicen "el mata leones". Cuentan que una vez luchó contra un león de 200 kg., con solo cuchillo en mano y que con él, lo mató. Los desiertos eran peligrosos en esas tierras, pero Mahmûd, era temido. 

Km. 40 carretera Bagdad-Nayaf. 

Nos detenemos en Mahmoudiyah, habitada en su mayoría por Suníes capaces de reconocer el dolor como una pena que hay que erradicar, ellos a éso dedicaba sus vidas: borraban las penas de su pueblo, ayudando a quien lo necesitaba en la ciudad conocida como "Las puertas de Bagdad".  Farid empeora, así que lo llevamos al hospital, donde, tras inyectar más calmantes, retiran de su pierna la bala que había lastimado el hueso, y entablillan la pantorrilla. Tres horas más tarde seguíamos nuestro camino rumbo a Nayaf. 

Km. 100 carretera Bagdad-Nayaf. 

El hambre hace que paremos en Al-Hillah, donde las tropas Norteamericanas controlan la frontera. Enseñamos nuestras credenciales y nos permiten el acceso a la ciudad. El City Spring Fast Food es el sitio donde paramos a comer. Los cuatro pedimos una hamburguesa doble con queso y una coca-cola. ¿Existe algo más americano que eso? Farid está mejor, aún sufre dolores y cojea, pero tiene hambre y es el primero en terminar su plato. La conversación en la mesa es relacionada a la bala perdida que hiere la pierna de Farid. Rashîd es el que más miedo tiene, come poco y dice que quiere vomitar. Mahmûd lo tranquiliza, le dice que solo son rasguños, mientras se levanta la camisa del uniforme y le enseña el pecho que es un mapa de cicatrices, yo lo fotografío, el subcomandante ríe. Fuera del restaurante, hay mujeres con tatuajes de hena en las manos, venden flores a los transeúntes. Se acerca una de ellas, le doy algunas monedas y a cambio me entrega cuatro flores, lejos suena una melodía árabe tocada con flauta que me recuerda a los encantadores de serpientes de Jaipur. La mujer habla suní y dice algo que yo interpreto como una bendición. Subimos al coche y antes de salir de Al-Hillah, un marine nos detiene y pregunta por nuestro destino. Nos recomienda no salir, dice que hay tropas de rebeldes en las carreteras. Agradecemos su preocupación, pero tenemos que llegar a Nayaf antes de que la noche nos alcance. 

Km. 130 carretera Bagdad-Nayaf.

La sangre del subcomandante Mahmûd Jattar cubre mi rostro. Al volante yace muerto, ha sido alcanzado por una bala a la altura del cuello. Segundos después el coche da un giro saliendo de la carretera. Todo es confuso, intento salir del Ford que ahora está con las ruedas mirando al cielo. Farid y Rashîd están malheridos por el vuelco que ha dado el automóvil. Fuera nos están esperando rebeldes armados con metrallas. Estamos en el suelo, uno de los hombres armados nos grita en árabe que tiremos cualquier arma que llevemos con nosotros, en ese momento Farid saca de su bolsillo algo, es una jeringuilla, pero uno de los rebeldes confunde con un cuchillo y le dispara. Lo mata en el acto. Rashîd grita y se levanta, entonces también le disparan y matan. Todo es sangre, la arena, teñida, ahora en silencio resguarda nuestros ojos. Estoy en shock, me cogen y suben a un auto. Nadie dice nada. Seguramente nos dirigimos a Nayaf, pienso. 

Nayaf es una ciudad triste que se cubre de muerte. A los pocos minutos llegamos a la mezquita de Alí, donde me dejan ver a los seguidores radicales que rezan a Alá sus alabanzas. Sé que me van a matar, estoy seguro de ello. Me dicen que saque la cámara y haga fotos de todo cuanto ahí veo, así que éso hago. Unos de los muros tiene un olivo pintado, es un fresco, lo fotografío. En árabe hay un proverbio escrito: "Sólo el árbol que da frutos recibe pedradas". Hago fotos de todo cuanto veo; incluyendo los rebeldes y el suelo, techos y objetos. Disparo tantas fotografías como es posible durante dos horas. Luego me sacan a uno de los patios interiores de la mezquita, donde hacen que me arrodille y pida a Alá que me acoja en sus brazos. Recibo un impacto de bala en la nuca, y ahí estoy, cerca está la muerte y cerca los Chiíes y Nayaf y la guerra que no sirve para otra cosa que para nada. Se me va la vida, se me escapa y entonces sé que no la he vivido bien, que la pude haber vivido mejor. Lentamente siento cómo todo se apaga. Ésos cabrones cogerán la cámara y nunca serán publicadas las fotos en el Washington Times, y el reportaje no llegará a leerse, todo habrá sido en vano.  Entonces, el tiempo se detiene. Alá me saluda, o es lo que creo, creo que es Alá, tiene toda la pinta, solo letras en caligrafía árabe que me hablan.

—Alaa Al-Marjani, YO soy Alá, el que todo lo puede, el que siempre estuvo, está y estará. Dime una cosa: ¿qué pretendes con tu muerte? 

Siempre creí en que la existencia era un estar y vivir y hacer, y que después, nada había. No sabía qué quería ni qué pretendía con mi muerte, nunca me lo planteé. 

—Tendrás qué decidir algo, eres libre, y ahora es tu elección lo único que vale —dijo Alá muy firme en su palabra—. Todo lo que en vida hiciste no vale para nada, ahora es cuando tienes que tomar el camino. Dime: ¿Qué pretendes con tu muerte? 

Alá estaba tranquilo, no perdía la calma, había pasado por éste momento miles de millones de veces, y entendía perfectamente la dificultad que tenía darse cuenta de que en vida no valía nada de lo que se hacía, sino que el momento cumbre, era exactamente cuando se moría; hora en la que la decisión era el atajo a la eternidad según se respondía. 

—Llévame de vuelta, tengo que terminar lo que en su día comencé. Deja que concluya mi legado en la tierra: mostrar lo atroz que puede ser el hombre cuando ataca al hombre —pero sabía que era imposible, aunque bien se dice que para Alá no hay imposibles—, y cómo deja que todo cuanto hay se ensucie a cambio de nada, a cambio de cosas inanimadas, de minerales, de objetos materiales. 

—Bien sabes que nada me es imposible, pero no vas a volver, debes continuar, no hay paso atrás. Ahora dime: ¿Qué pretendes con tu muerte? 

El cuerpo de Alaa Al-Marjani yacía ya sin vida en la mezquita de Alí. Los rebeldes se encargaban de sacarlo y de limpiar lo que su sangre había teñido de rojo. Uno de ellos cogió la cámara. La última fotografía que Alaa había hecho, era la de la cabra sagrada que recorría los pasillos, la de la cabra que se mencionaba en las letras sagradas no escritas, donde se daban las respuestas para alcanzar la vida eterna después de la muerte, donde se hablaba de la nada y la importancia de todo, donde se narraba cómo el único válido era el revuelo de ideas que se entrecruzan dejando al descubierto solamente un atajo de nimiedades, una insolencia capaz de disolver, incluso la misma humanidad. 

Y tú, ¿Qué pretendes con tu muerte?



[Proyecto de relato ficticio escrito en 2012, motivado por las características solicitadas para arròsnegre. No publicado en papel.]

sábado, 2 de febrero de 2013

El Infierno.

Fotografía al ordenador con la película "El detective cantante" de Keith Gordon.

Presta atención, que no solo lo malo es malo y lo bueno es bueno.

Este tema no va relacionado con los temas religiosos a los que nos han acostumbrado: bueno-malo vs cielo-infierno. Más bien el planteamiento es otro. Por ahora del cielo no hablaré a profundidad, porque no es un tema que nos concierna, más bien, es una simple estancia de la que no pretendo hacer mención, ni por asomo. Pero del infierno, que es de lo que sí hablaremos, se puede hacer mención sin salirnos del argumento. Allá vamos:

Se puede decir —siempre en tono desenfadado—, que el infierno es el mejor lugar que puedas imaginar: es acogedor, reconfortante, están las mejores personas que jamás has conocido y también tus mejores amigos o gente que quieres. En la zona de bar ponen la música que más te gusta, las sillas son cómodas, los meseros increíblemente atentos (sin pasarse), todo lo que consumes es gratis, los temas de conversación son de lo mejor; son solamente temas que te interesan, no más. El dueño te trata de lujo, y eres tú y solamente tú (a menos de que no lo desees), el héroe de la historia, de la noche, de las charlas. Es, sin dudarlo, el mejor de los sitios, todo cuanto hay está dispuesto a ti. Es tan bueno, que no quieres dejar de estar ahí, y en ésto es en lo que radica el hecho de que es el infierno, en que te atrapa tanto que te convence de que no debes de salir de ahí, que no hay mejor lugar, que fuera ya no hay nada, ya que te da el estatus de confort deseado y lentamente va consumiendo tu vida hasta dejarte sin rastro de ella. 

En fin, ya sabes, temas filosóficos intrínsecos de los que uno deambula errando pasos y discursos nocturnos. Nada más, pero interesante: ¿será esto nuestro infierno? Me refiero a tu hoy, tu día a día, el mío, el de cada individuo. Infierno: poder que absorbe, mágico argumento; simple, pero cierto y a la vez siniestro. No malo, no bueno: otro nivel, uno donde no existe el concepto del bien y del mal, del que ya tanto se ha hablado.

Piénsalo.